Debate sobre la ética fotoperiodística realizado en clase

Hoy en la clase de La Imagen en el Periodismo ha tenido lugar un interesante (a la vez que complicado) debate sobre la ética fotoperidística, tocando tanto los aspectos legales, como los morales. Mi compañero Eric Pestano y un servidor ejercimos las labores de moderadores, y tal vez por no haber podido expresar mi opinión (y como tal, susceptible de ser cambiada) escribo ahora estas reflexiones.

La mecánica del mismo estipulaba que cada seis minutos los alumnos tenían que leer uno de los seis documentos propuestos, para luego entrar a debatir sobre algunas cuestiones establecidas a posteriori. Estos son los documentos en cuestión:

En relación al artículo Nada puede reparar al falso culpable, hace que recuerde las palabras de Fran Pallero a la hora de elegir publicar una foto o no, y me plateé ¿es de interés informativo? Para resolver esa cuestión tengo que citar a Ana Azurmendi: “Interés informativo no es equivalente a la curiosidad del público, ni se puede medir con el criterio del mayor o menor número de ventas que provocan determinadas noticias […]. No es el interés informativo el punto de encuentro entre la curva de la oferta periodística y la curva de demanda del público. Interés informativo, a efectos de delimitar lo que es protegible por el derecho a la información, es el resultado de la combinación de los siguientes elementos: hechos, opiniones o ideas; actuales y con transcendencia pública.”1

Pues reconocer la cara de alguien que haya cometido un delito, si no es porque se encuentre en busca y captura, no me parece que responda a ese criterio tal y como Azurmendi, basada en las sentencias del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo, explica el concepto en su libro: “es de trascendencia pública todo aquello que configura, o al menos incide, en el dinamismo de la comunidad humana en cuanto a colectividad”2.

Misma consideración le otorgaría a los casos del “topless Real” o la foto de los últimos instantes de vida de un hombre justo antes de ser atropellado por el metro de Nueva York; casos que a mi juicio responden más a una desición económica que a la voluntad informativa.

Caso diferentes considero las imágenes duras en una tragedia. Es cierto que existen sensibilidades diferentes, al igual que existen fotografías en la que la crudeza de la situación se hace patente o sólo se intuye, es por ello que se hace tan difícil la labor de elección de las mismas. Pero la voluntad de quien las toma o quien las publica es la de contar y provocar una reacción en el receptor del mensaje, de tal manera que gracias a ello se consiga una ayuda o mejora en la situación de los que están siendo fotografiados. De poco vale una ayuda puntual de un fotógrafo en labores de desescombro si luego esa historia no sale a la luz y gracias a ello se movilizan las ayudas internacionales. De hacerlo, habrá dejado atrás la posibilidad de dar altavoz a un colectivo para el beneficio de unos pocos de sus miembros.

Discrepo con esta afirmación que realiza Milagros Pérez Oliva: “Todos los medios envían al lugar a sus mejores fotógrafos -The New York Times, por ejemplo, ha enviado a tres- y rápidamente se establece una lucha feroz por la mejor imagen, que en el fondo es una pugna por los próximos Premio Pulitzer o World Press Photo”3. Y, evidentemente, no lo hago con la primera parte, sino con que la defensora del lector de EL PAÍS reduzca a la lucha por ambos prestigiosos premios las motivaciones de los fotoperiodistas que se desplazan a la zona. Además, en cualquier caso, que un trabajo fuera reconocido con una distinción ejerce un efecto de recuerdo muy positivo, porque como me ha dicho Arturo Rodríguez en alguna ocasión, llevarte un World Press Photo te da dos cosas: reconocimiento y la posibilidad de volver a hablar del tema que trabajaste, porque dotación económica sólo lleva el WPP of the Year.

Me sorprendió ser el único de la clase que quisiera hacer la distinción entre imágenes morbosas y las de alta crudeza, pues para mí las segundas pueden tener cabida en un reportaje mientras que para el resto de compañeros que se pronunciaron, serían totalmente descartables. Recuerdo haber leído una entrevista4 al ganador del World Press Photo of the Year 2012, Samuel Aranda, para el Punto de Encuentro de la Universidad Complutense de Madrid, en la que afirmaba: “El fotoperiodismo no tiene nada de morboso, yo trabajo con complicidad con las personas que fotografío, e intento hacerlo con el máximo respeto”. Igualmente me muestro en sintonía con las palabras de Ricardo Gutiérrez (redactor jefe de Fotografía de EL PAÍS), en uno de los artículos propuestos, sobre el criterio de selección de fotografías para ilustrar la catástrofe de Haití en 2010: “Hemos intentado explicar la desgracia, pero evitando imágenes que hagan apartar la vista, porque cuando eso ocurre, ya no comunicas. Sólo provocas rechazo”5. Sin duda es mucho más agradable abrir un diario y encontrar sólo imágenes de los supervivientes, pero estaríamos dando la espalda a una realidad que justo por remover conciencias, incomoda.

Desgraciadamente, sólo contamos con dos horas de clase seguidas, por lo que el debate no tuvo ocasión de prolongarse en tiempo y forma (tal vez me hubiera provocado más reflexiones) y probablemente quedaran argumentos por salir a la luz, así que aún dejo la puerta abierta a un próximo debate.


1: AZURMENDI ADARRAGA A. El Derecho a la propia imagen: su identidad y aproximación al derecho a la información. 1ª ed. Madrid: Civitas, 1997. 250p. ISBN: 844700970X
2: AZURMENDI ADARRAGA A. op. cit.
3: PÉREZ OLIVA M. “Las duras imágenes de una tragedia”, EL PAÍS, 24-01-2010
4: ARANDA S. Entrevistado por Javier Taeño. Punto de encuentro complutense. 8-1-2013.
5: PÉREZ OLIVA M. op. cit.