En la tarde noche de domingo de ayer, había motivos para sintonizar la Dos de Televisión Española, pues estrenaron un documental de producción propia titulado: “No soría” dedicado al fotógrafo vitoriano Alberto Schommer.
Pero Alberto Schommer se consideraba más que un fotógrafo, él se consideraba artista (en un momento en que todavía la fotografía en España no era contemplada como una parte de las Bellas Artes) lo que como él mismo afirma, le costó “choques con los fotógrafos que había en la época” porque “decían que éramos profesionales”.
Prueba de ello son sus “cascografías”, una forma de desarrollar el volumen en la fotografía cuya idea le vino, por azar, tras rescatar un retrato al que había maltratado en su frustración por no obtener el resultado deseado ante las imposiciones de Antoni Tapiès, quien quería, en palabras de Schommer, “una foto muy sencilla con sus pinturas alrededor”.
Esta frustración toma sentido cuando Luis Malibrán, quien hizo de asistente para Schommer, afirma que “no consentía que nadie se pusiese por encima de él en una sesión”. José María Díaz-Maroto apostillaba “él se creía lo que era, que era un artista, era un fotógrafo. Y además, se creía bueno, muy bueno, que lo era de verdad, pero es que se lo creía. Esto le hacía, no te voy a decir levitar, pero moverse en los ambientes profesionales, fotográficos, económicos, culturales con una soltura que nadie tenía.”
En mi opinión, la seguridad en uno mismo es fundamental para conseguir desarrollar tu trabajo, para que el fotografiado confíe en lo que estás haciendo, y lograr la implicación necesaria para obtener el mejor de los resultados, aunque por mi personalidad, me resulta extremo llegar a lo que, de las palabras de Luis Malibrán, se deduce que funcionaba a Schommer: “Trataba con personajes con un ego elevadísimo, pero su ego, como fotógrafo que todos los fines de semana tenía una ‘Doble página’ ahí, era potentísimo”.
Aunque Schommer no quiso que se le encasillase como fotógrafo de retratos, motivo por el cual comenzó a hacer libros de autor -siendo muy prolífico-, mi mayor interés, como fotoperiodista, en su obra sí que reside en los mismos, y tal vez por ello me llamaron la atención las palabras de Rafael Moneo en las que afirma: “ él quería que un retrato estuviese subrayado y fuese coincidente con aquel punto de vista o con aquel objeto que para él era o contribuía a expresar más precisamente lo que era el personaje”.
Resulta que, como para Gorka Lejarcegi, entiendo el retrato como “una fotografía que cuenta algo acerca del personaje; el contexto y el personaje tienen que tener cierta unión e intentar contar algo acerca del personaje más allá de su de su propio reflejo”, aunque, sin duda, tendrá mucho que ver que lo tuviera de profesor en la Escuela de Periodismo UAM-El Pais.
Y aunque no haya punto de comparación posible, el hecho de usar parte de la metodología de Schommer, preparando bocetos, colocando a un modelo previo y sabiendo cómo quiero que posen, a pesar de que sí que interactúe hablando con ellos para lograr una naturalidad y huir de las poses impostadas, hace que considere que no voy desencaminado de la línea adecuada.
Soy consciente que mi experiencia con el retrato se circunscribe al editorial, y no es una disciplina en la que me haya desarrollado, tal vez por falta de interés, tal vez por aquello que afirma Malibrán cuando afirma que “el retrato es como algo que se afronta con plenitud cuando ya tienes una cierta madurez”. De momento, como dice la canción de Ojalá Muchá, yo, “me niego a madurar, no soy un aguacate”.
Para finalizar, no puedo más que recomendar dedicar, con la mayor atención posible, los cincuenta y ocho minutos que dura el documental, a su visualización, que si te lo perdiste o quieres verlo de nuevo, puedes encontrarlo en «A la carta» de TVE.